Esta mañana he sido la protagonista en un  suceso de lo más cómico. Eran alrededor de las 6 de la mañana cuando  escuché sonar el portero del vecino de enfrente. Ésa ha sido la primera  de una larga hora y media de desagradables calambrazos sonoros. 
  
A  las 7.30 me he levantado ya un poco mosqueada. Parece que alguien le ha  abierto el portal a la causante de mis desvelos, que ha resultado ser  la esposa del vecino, o sea, la vecina. Ha subido hasta su puerta y ha  continuado con el arduo trabajo de despertar al bendito de su marido,  esta vez mediante golpes en la puerta.
A  eso de las 8, me ha dado penita y he salido a ofrecerle que esperara en  mi casa, conmigo, la invitaba a café y cupcakes. La pobre chica ha  aceptado, toda avergonzada por el escándalo montado. Ha entrado en casa,  nos hemos presentado (que aquí en la gran ciudad los vecinos ni se  saludan) y me ha explicado que su marido duerme tan profundamente que es  imposible despertarlo. Y yo no lo he dudado, claro.
Hemos  charlado agradablemente durante una media hora hasta que, de pronto, me  he acordado de una amiga mía, la pizpireta Ce, que el año pasado  padeció una situación parecida. En aquella ocasión no había nadie  dentro, se dejó las llaves y punto. Un amigo y yo, que habíamos visto  unas cuantas pelis de malos, decidimos intentar abrir la puerta con una  radiografía. ¿Pero qué radiografía? Pues la mía, mi panorámica dental.  Aquellos días me hallaba yo en pleno proceso de restauración  odontológica y siempre la llevaba encima. 
Dos  horas y tres dedos sangrantes más tarde, decidimos que aquello era cosa  de profesionales, y la pobre desahuciada decidió llamar a un cerrajero.  Yo creo que aquel tío vino a tomarnos el pelo. Abrió la puerta con una  radiografía. Como la mía!
Yo  no soy persona de insistir cuando algo me sale mal, soy más bien de  retirada fácil, pero es que mi pobre vecina tenía una cara de sueño  terrible y yo tenía en mi poder la llave que abriría el camino hacia su  cama: una radiografía de tórax. 
Pues  allá que me he ido yo, cual McGiver, armada con mi negativo torácico,  henchido el pecho de orgullo a sabiendas de la hazaña que iba a  realizar. 
De  pronto, a la chica se le ha ocurrido entrar al patio interior y trepar  hasta la ventana de su dormitorio, que estaba abierta. A mí me ha  parecido peligroso, pero bien, mejor dividir nuestros esfuerzos. 
Escenario:  ella, abajo en el patio; yo, en la puerta de su casa, en pijama,  agachada, intentando abrir su puerta y gesticulando mucho con la boca,  que eso siempre ayuda. 
Y,  de repente, se ha abierto la puerta, oh!... Y allí estaba yo, agachada y  en pijama. Y allí estaba él, en calzoncillos y mirándome estupefacto.  ¡¿Pero no es que era imposible despertarlo?! Como yo no debo tener cara  de mala gente, pues ni se ha inmutado. Yo creo que ha intentado buscar  una explicación racional y sencilla a todo aquello, porque la opción del  intento de robo no le ha debido de resultar acertada.
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¿Y  yo?: Ups.....esto...... yo..... es que.... buenos  días.......ehhhh......esto....... pues, te vas a reír pero..............  un cupcake?
Ha  sido cuestión de segundos, pero a mí me han parecido horas, qué digo  horas.... días! Hasta que ha aparecido la trepadora de canaletas y le ha  echado una bronca del quince, al pobre, que no entendía nada. Y yo ahí.  Y él en calzoncillos... Cuando la chica se ha percatado de mi  presencia, parece que se ha sentido mal y le ha preguntado al marido:  ¿Quieres que te presente a la vecina? A lo que él ha respondido con un  largo suspiro y un “me vuelvo a la cama, cariño, ¿vienes?”. 
Conclusión:  Yo he perdido otra radiografía inútilmente, pero he ganado un post y  una cena de agradecimiento para la semana que viene. No está nada mal!
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